NARRADOR: Hubo un tiempo en que existió una antigua Kalduhr. Hubo un tiempo en que la ciudad era famosa por albergar una gran biblioteca. Se decía que en su interior era posible encontrar compilado todo el saber del mundo antiguo, en especial, los libros más oscuros, los tomos más blasfemos y peligrosos del reino, que albergaba docenas de grimorios cargados de poder elemental y que éstos estaban encadenados y sellados para el público, excepto para unos pocos privilegiados, los iniciados.


ANKH: Kalduhr… esa extraña ciudad, siempre envuelta en humo negro. Un humo tan denso y oscuro como mi propia memoria. Hacía ya tres meses que había llegado allí. O mejor dicho, que había despertado. Simplemente, una noche, en una taberna en los suburbios de la ciudad, me encontré de repente, frente a una jarra de cerveza vacía. No sé como llegue allí. No recuerdo nada de lo que sucedió antes. Era como si mi mente hubiera alumbrado aquella noche a una nueva vida. Como si todos mis recuerdos se hubiesen esfumado. Como por arte de magia… Luego, al cabo de unos días empecé a explorar la ciudad, a recorrer sus calles adoquinadas, y empecé a escuchar las conversaciones de la gente del lugar. Así descubrí que existía una antigua biblioteca arcana. Así comprendí que mi única opción era tal vez  encontrar las respuestas que necesitaba en sus paredes forradas de pergaminos antiguos. Así me decidí a dar con ella. Necesitaba respuestas.


MARIAM: La enfermedad la mataba lentamente. Día a día, podía ver cómo se consumía, como adelgazaba hasta quedarse en los huesos y la piel se le pegaba a la carne, como si fuera papel. Mi madre no viviría mucho tiempo. A menos que hiciera algo. A menos que la salvara. Leí de pequeña, en el grimorio de nuestros ancestros, que en la biblioteca de Kalduhr habia un libro de sombras. Uno en el que por un pequeño precio, podías inscribir el nombre de una persona, y que su nombre quedaba borrado de la lista de la señora de la guadaña para siempre. Puede parecer una locura, pero estaba dispuesta a correr ese riesgo. Así que marché de viaje durante semanas, a pie, atravesé las montañas azules y los bosques de amarnitas, crucé el mar de jade, me adentré en los reinos  del tambor y la espada. Hasta llegar a las puertas de la ciudad de Kalduhr. Dormí tres noches a la puerta, hasta que un vigilante me dejó entrar a cambio de unas pocas monedas. Ahora sólo faltaba poder entrar en la biblioteca y encontrar aquel libro de sombras.

[MARIAM: 1d6 = 5]


NARRADOR: La ciudad esa tarde parecía mas lúgubre y brumosa que de costumbre. La hija pequeña del rey del Kalduhr había fallecido tres días antes de un extraño mal. Se declararon tres dias y tres noches de luto oficial, los cuernos reales tañeron sus melodías y se quemó incienso en todas las torres de los templos. El humo del incienso se mezclaba con el hollín negro que cubría toda la ciudad. Ese hollín oscuro y ácido que quemaba la piel y prendía los pulmones… Llegó la ultima tarde, la tercera, y todo estaba listo, bajo la lluvia de ceniza, para el funeral. La asistencia era obligatoria. Así que todos los súbditos y los visitantes de la ciudad se desplazaron hasta las proximidades del panteón para rezar por el alma de la difunta princesa.


 



ANKH: Mi pelo se humedecía con el hollín negro de la lluvia al caer. Sentía un frío que me calaba hasta los huesos. Pero permanecí de pie, en mitad de aquella explanada, frente al panteón. Allí escuchaba los cuernos y el llanto de las personas más mayores. Quizás lloraban por la muerte de la princesa, quizás porque la injusta muerte había elegido llevarse a la pobre niña en lugar de a su déspota padre. Permanecí a la espera durante un largo rato, sin saber muy bien qué hacer.


MARIAM: Debajo de un cobertizo, muy cerca del panteón funerario, asistia a aquella triste ceremonia. Qué pena, la niña. Una vez la ví, por las calles de la ciudad, sentada a lomos de su corcel blanco. Parecía entonces tan alegre y llena de vida. Su muerte me hizo recordar a mi madre enferma y el motivo por que el había llegado tan lejos hasta este lugar.


NARRADOR: Empieza la ceremonia funeraria. Unos monjes vestidos de púpura puestos en pie frente a la multitud en lo alto de una gran escalinata, entonan sus salmos acompañados del llanto de las plañideras. Mientras, a los pies del graderío, uno de ellos prende fuego a lo que probablemente fuera el ajuar de la princesa, vestidos, botitas y algo parecido a una muñeca. Justo en ese momento, al final de una larga melodía tañida por el cuerno, veis la puerta, adornada por dos grandes columnas a cada lado, y sobre ellas, un frontón de forma triangular, con unas letras grabadas sobre la piedra: B I B L I O T E C A. La puerta, que como por arte de magia había pasado desapercibida a vuestros ojos, así como a los de todos los presentes, por una extraña razón, se mostraba ahora de forma inequívoca, en un costado del panteón, sin cerrojos, abierta de par en par. Parecía invitaros a que accedierais por ella al interior.